Se pude decir que la comunidad como lugar de la fraternidad se establece a partir del desenamoramiento de sus miembros, es decir, en la capacidad de desplazar la ilusión emotiva para ver objetivamente su contexto y así llevar a cabo el desarrollo efectivo del amor, sustentado en la certeza. En el desenamoramiento se vive realmente la dinámica de la entrega al otro y de la renuncia a si mismo, por lo cual, desatado de los propios egoísmos e intereses es capaz de asumir con radicalidad el servicio al otro.
Se entra a la comunidad para ser feliz....se permanece en ella para hacer felices a los demás.
viernes, 8 de agosto de 2008
Oración comunitaria.
El destierro personal de la angustia se fortalece con la experiencia de destierro comunitario de la misma por medio de la oración comunitaria. Esta, prepara todos los grandes acontecimientos de la vida eclesial y de esta manera genera a partir del desarrollo del pensamiento escatológico, la visión soteriológica de la comunidad eclesial, la cual, repercute sobre las estructuras de la vida social.
Oración en realidad histórica.
Apropiación de la imagen de Dios.
La situación del destierro de la angustia, coge su dinámica, a partir de la apropiación personal de la imagen de Dios, transmitida en el kerigma la cual, inyecta de valor al miembro oyente de la comunidad, convirtiéndolo, renovándolo, a partir de la soledad como punto de encuentro y del silencio como punto de escucha.
El anuncio.
El anuncio tiene como lugar de reposo y de fructificación, la comunión, la cual es la condición de vivir en comunidad, y que abarca una dimensión subjetiva o inconsciente y otra objetiva o consciente que enmarcan la situación de la identidad en medio de la comunidad. “La dimensión subjetiva se expresa con la fórmula “tenían un solo corazón y una sola alma”, es decir, constituían un solo cuerpo con un solo corazón y alma. La dimensión objetiva es más compleja y se resume esquemáticamente en tres realidades fundamentales que son: 1) Tenían todo en común, púes vendían sus posesiones y sus bienes. 2) Se repartía a cada uno según su necesidad. 3) No había ningún necesitado entre ellos.”[1]. Estas dimensiones, en medio de la comunidad destierran la angustia generada por actos compulsivos de salvaguarda de la propia vida, sin tener en cuenta la de los demás, transformando la energía vital, creando sentido y comunicación en medio de la comunión.
[1] RICHARD, Pablo. Hechos de los Apóstoles. en Comentario Bíblico Latinoamericano p.697
[1] RICHARD, Pablo. Hechos de los Apóstoles. en Comentario Bíblico Latinoamericano p.697
La comunidad, lugar de identidad.
La comunidad como lugar de identidad es fruto de la escucha por tanto, conforman la comunidad, los oyentes de la Palabra que han dispuesto su razón y su corazón a la voluntad de Dios, manifestada en el anuncio kerigmático de los testigos directos y autorizados de la enseñanza y actividad de Jesús, el Señor.
Vida divina, baluarte y sostén de la vida comunitaria.
La koinonia es la experiencia solidaria fraternalmente unánime que surge como “fruto directo de la comunión con la vida divina realizada mediante el encuentro con el Señor Jesús”[1]. Jesús es el icono del Padre, a través de él se revela el misterio de la Trinidad, a través de él se revela el misterio de la comunidad. La vida divina es el baluarte y sostén de la vida comunitaria ya que “la comunión de amor, que es el Espíritu, que vincula al Hijo con el Padre y con los hombres es al mismo tiempo el modelo y la fuente que tendrá que ligar a los discípulos entre si (…) gracias al Espíritu es como los discípulos darán testimonio del Maestro, dejando vislumbrar su presencia en su comunión. Esta visión de la Koinonía del Espíritu Santo no tiene nada de idílico ni de abstracto, ya que la comunidad de los discípulos conoce ciertamente la prueba, que es sobre todo la presencia de la división de la fe y por esto mismo el desgarramiento de la comunión del amor, que nace de ella. Lo mismo que la comunión existe desde el principio, así también existe desde el principio la división”[2].
[1] Op cit. p.163
[2] Op cit. p.163-164
[1] Op cit. p.163
[2] Op cit. p.163-164
La comunión fraterna, anticipación de la gloria futura.
La finalidad del anuncio de la buena nueva es la Koinonía, la cual, “nacida de la fe en el Evangelio, alimentada por la comunión en el banquete eucarístico, expresada en la comunión fraterna, anticipa la gloria futura, pues es ella verdadera participación en la vida del Dios de Jesucristo. La originalidad de la Koinonia cristiana no consiste en el hecho de que este término, en sus acepciones religiosas, sólo aparezca en el Nuevo Testamento, sino más bien en el hecho de su constante referencia a la realidad de la revelación y de la experiencia cristiana, aun dentro de la variedad de sus aplicaciones.”[1]
[1] Op cit. p.162
[1] Op cit. p.162
La comunidad, sacramento.
En el amor recibido, Dios se empobrece haciéndose hombre, entregándose y dando identidad y el hombre se enriquece, convirtiéndose, siendo elevado por la gracia de Dios, generando fraternidad, y en el amor fructificado, el creyente y la comunidad, se convierten en sacramento que implica un orden a la santificación de los hombres y a la edificación del cuerpo de Cristo, alimentando, robusteciendo y expresando la fe por medio de palabras y actos, dinamizando la solidaridad.
Familia trinitaria
Al ser la comunidad icono de Dios, se convierte ella en reflejo de la familia trinitaria, en donde el Padre engendra al Hijo en un presente eterno, en un darse y donde el Hijo es una receptividad eterna e infinita del amor del Padre, un recibir que implica un retorno al que da y de esta conjugación procede el Espíritu Santo como explosión del amor de Dios. En la comunidad, por este reflejo se desarrollan las dos dimensiones del amor, el que es recibido y el que es fructificado. El recibido, como situación de respuesta de la comunidad y sus integrantes a la gracia de Dios y el fructificado como movimiento fraterno de compartir.
La Koinonia.
La Koinonía es la comunión fraterna en cuanto es “suscitada, alimentada y vivificada continuamente por el don del Espíritu; es ante todo participación en la vida del Hijo, que ha hecho posible la llamada de Dios.”[1] Esta participación hace que la koinonia se convierta en el lugar doxológico por excelencia por medio de la cual se comulga con la vida divina del Padre y del Hijo y además, en su relación interpersonal trinitaria del dar y recibir, la koinonia asume elementos de creación y redención, e impulsada por el Espíritu, santifica proyectando el rostro de la vida de Dios, transformándose en icono de él.
[1] FORTE, Bruno. La Iglesia de la Trinidad. Secretariado Trinitario, 1996. p.160-161
[1] FORTE, Bruno. La Iglesia de la Trinidad. Secretariado Trinitario, 1996. p.160-161
La identidad y fraternidad.
La identidad y la fraternidad se concentra en la palabra comunidad la cual, en el texto griego se traduce por Koinonía, ella se fundamenta en una identidad real proyectiva que es la fuerza de coacción que mantiene el equilibrio entre bienes materiales y bienes espirituales. Sin esta identidad real, los bienes materiales no son trascendidos y los bienes espirituales no son comprendidos. La identidad real es la experiencia comunicativa Trinitaria en la comunidad que se manifiesta en dar, recibir y compartir.
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