Al ser la comunidad icono de Dios, se convierte ella en reflejo de la familia trinitaria, en donde el Padre engendra al Hijo en un presente eterno, en un darse y donde el Hijo es una receptividad eterna e infinita del amor del Padre, un recibir que implica un retorno al que da y de esta conjugación procede el Espíritu Santo como explosión del amor de Dios. En la comunidad, por este reflejo se desarrollan las dos dimensiones del amor, el que es recibido y el que es fructificado. El recibido, como situación de respuesta de la comunidad y sus integrantes a la gracia de Dios y el fructificado como movimiento fraterno de compartir.
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